La cámara Leica, sin duda, revolucionó la fotografía en el siglo XX, y su invención marcó un antes y un después en la manera en que capturamos el mundo. Todo comenzó con Oskar Barnack, un ingeniero alemán que trabajaba para la empresa Leitz. En los años 1910, Barnack tenía una gran pasión por la fotografía pero se encontraba con una limitación: las cámaras de la época eran pesadas y complicadas de transportar, y las placas fotográficas eran grandes, lo que hacía el proceso tedioso.
Barnack decidió experimentar con algo más pequeño y práctico. Su visión fue utilizar el formato de película de 35 mm, que era comúnmente empleado en la industria cinematográfica, y adaptarlo para la fotografía fija. Así, en 1913, creó el primer prototipo de la cámara Leica, cuyo nombre deriva de «Leitz Camera». Aunque el desarrollo se detuvo por la Primera Guerra Mundial, en 1925 la Leica fue lanzada comercialmente, y cambió el juego.
Lo revolucionario de la Leica fue su portabilidad. Era pequeña, ligera y permitía a los fotógrafos moverse con libertad, capturando momentos de manera rápida y discreta. Esto abrió la puerta a nuevos estilos de fotografía, como la fotografía callejera y el fotoperiodismo, que se beneficiaron enormemente de esta movilidad. Henri Cartier-Bresson, por ejemplo, fue uno de los grandes defensores de la Leica, usando esta cámara para capturar imágenes icónicas con su estilo de «instante decisivo».